El siguiente incidente que ocurrió en esta curiosa casa no me concernió en mí
misma, sino a otra chica, una huérfana con considerable fortuna. Mi patrona
mantuvo a esta chica constantemente con ella, y finalmente la persuadió para
poner todo su capital en sus esquemas. Sin embargo, los depositarios entraron en
cólera, forzaron a mi patrona a hacer la restitución, y se llevaron a la chica
entonces y ahí, dejando atrás todas sus pertenencias, para ser empaquetadas y
enviadas a ella posteriormente.
Otro incidente siguió rápido tras los talones de éste. Había en el establecimiento
una mujer anciana que era ligeramente "disminuida" mentalmente. Una querida
viejecita, pero infantil y excéntrica. Mi patrona volvió ahora su atención hacia ella, y
observamos comenzar el mismo proceso de dominación. En este caso no había
depositarios para interferir, y la pobre vieja señora estaba siendo persuadida de
quitar sus negocios de las manos de sus hermanos, que hasta entonces los habían
administrado, y encomendarlos a las tiernas gracias de mi patrona. Mis sospechas
habían sido ya levantadas concienzudamente por aquel entonces. Era más de lo
que podía soportar el ver a la vieja "tiíta" estafada, así que metí una mano en el
juego, desperté a la "tiíta" a la situación, puse sus pertenencias en una caja, y la
envié a sus parientes mientras mi patrona estaba fuera por una breve ausencia.
Confiaba en que mi complicidad en el asunto no llegara a ser conocida, pero
pronto fui desilusionada. La secretaria de mi patrona vino a mi habitación una
noche, después de las "luces fuera", y me avisó que la Guardiana, como
llamábamos a nuestra patrona, había descubierto quién se las había ingeniado para
la escapatoria de la "tiíta", y que me había buscado problemas.
Sabiendo que era de una naturaleza extremadamente vengativa, supe que mi mejor refugio era la huida, pero la huida no era del todo fácil de conseguir. La institución en la que estaba empleada era educacional, y había que dar un aviso del término antes de dejarla. No esperaba cumplir el plazo bajo el control sin límites de una rencorosa mujer. Así que esperé a una oportunidad que me justificase para marcharme. Con el incontrolado humor de mi patrona no había mucho que buscar. Estaba levantada en hora tardía la noche siguiente empacando, en preparación para mi pretendida huida, cuando vino a mi habitación otro miembro del personal, una chica que rara vez hablaba, que no tenía amigos, y que hacía su trabajo como un autómata. Nunca había tenido tratos con ella, y estaba más que sorprendida por su visita. Pronto se explicó, sin embargo. "¿Vas a marcharte?", dijo. Admití que así era. "Entonces vete sin ver a la Guardiana. No te irás si no lo haces así. Yo lo he intentado varias veces, y no puedo marcharme". Sin embargo, yo era joven y confiada en mi fortaleza no puesta a prueba, sin medios de calibrar las fuerzas dispuestas contra mí, y a la mañana siguiente, vestida para el viaje y maleta en mano, bajé y me enfrenté a mi patrona en su madriguera, determinada a decirla lo que pensaba de ella y sus métodos, sin sospechar apenas que ante mí se hallaba todo menos la bellaquería y la brutalidad ordinarias. Sin embargo, no se me permitió comenzar mi cuidadosamente preparado discurso. Tan pronto como ella supo que me marchaba, dijo: "Muy bien, si deseas irte, hazlo. Pero antes tienes que admitir que eres incompetente y que no tienes confianza en ti misma". A lo que repliqué, estando todavía llena de lucha, que si yo era incompetente por qué no me despedía ella misma, y que, en cualquier caso, yo era el producto de su propia escuela de entrenamiento. Comentario que naturalmente no mejoró la cuestión.
Sabiendo que era de una naturaleza extremadamente vengativa, supe que mi mejor refugio era la huida, pero la huida no era del todo fácil de conseguir. La institución en la que estaba empleada era educacional, y había que dar un aviso del término antes de dejarla. No esperaba cumplir el plazo bajo el control sin límites de una rencorosa mujer. Así que esperé a una oportunidad que me justificase para marcharme. Con el incontrolado humor de mi patrona no había mucho que buscar. Estaba levantada en hora tardía la noche siguiente empacando, en preparación para mi pretendida huida, cuando vino a mi habitación otro miembro del personal, una chica que rara vez hablaba, que no tenía amigos, y que hacía su trabajo como un autómata. Nunca había tenido tratos con ella, y estaba más que sorprendida por su visita. Pronto se explicó, sin embargo. "¿Vas a marcharte?", dijo. Admití que así era. "Entonces vete sin ver a la Guardiana. No te irás si no lo haces así. Yo lo he intentado varias veces, y no puedo marcharme". Sin embargo, yo era joven y confiada en mi fortaleza no puesta a prueba, sin medios de calibrar las fuerzas dispuestas contra mí, y a la mañana siguiente, vestida para el viaje y maleta en mano, bajé y me enfrenté a mi patrona en su madriguera, determinada a decirla lo que pensaba de ella y sus métodos, sin sospechar apenas que ante mí se hallaba todo menos la bellaquería y la brutalidad ordinarias. Sin embargo, no se me permitió comenzar mi cuidadosamente preparado discurso. Tan pronto como ella supo que me marchaba, dijo: "Muy bien, si deseas irte, hazlo. Pero antes tienes que admitir que eres incompetente y que no tienes confianza en ti misma". A lo que repliqué, estando todavía llena de lucha, que si yo era incompetente por qué no me despedía ella misma, y que, en cualquier caso, yo era el producto de su propia escuela de entrenamiento. Comentario que naturalmente no mejoró la cuestión.
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