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DION FORTUNE (CONTINUACIÓN) 4 AUTODEFENSA PSÍQUICA PSYCHIC SELF-DEFENCE

Entonces comenzó una letanía sumamente extraordinaria. Ella reasumió su viejo truco de fijarme con una mirada intensa, y dijo: "Eres incompetente, lo sabes. No tienes confianza en ti misma, y tienes que admitirlo". Ahora bien, no había duda de que podría decirse mucho concerniente a mi competencia en mi primera colocación a la edad de veinte años, con una gran cantidad de responsabilidad sobre mis hombros, y recién instalada en un departamento desorganizado; pero no podía decirse nada contra la confianza en mí misma, excepto que tenía demasiada de ella. Estaba preparada para lanzarme a donde los arcángeles se hubieran echado para atrás. Mi patrona no argüyó o abusó de mí. Se mantuvo en estas dos afirmaciones, repetidas como los responsos de una letanía. Entré a la habitación a las diez en punto, y la dejé a las dos. Debió haber dicho estas dos frases varios cientos de veces. Entré como una chica fuerte y saludable. Salí como una náufraga mental y física, y estuve enferma por tres años. Algún instinto me advirtió que si admitía que era inconsciente y que no tenía confianza en mí misma mi coraje se rompería, y nunca sería buena para nada posteriormente, y reconocí que esta peculiar maniobra de parte de mi patrona era un acto de venganza. Par qué no proseguí el remedio obvio de tomar refugio en la huida, no lo sé, pero para el tiempo en que uno realiza que algo anormal se aproxima en estas ocasiones, uno ya está mas o menos hechizado, y así como el pájaro ante la serpiente no puede usar sus plumas, así uno no puede moverse o marcharse. Gradualmente todo empezó a sentirse irreal. Todo lo que sabía era que tenía que agarrarme a toda costa a la integridad de mi alma. Una vez que coincidiera con sus sugestiones, estaría lista. Continuamos con nuestra letanía. Pero estaba llegando cerca del final de mis recursos. Tenía una curiosa sensación como si mi campo de visión estuviera estrechándose. Esto, creo, es un fenómeno característico de la histeria. A partir de las esquinas de mis ojos podía ver dos paredes de tinieblas cerniéndose tras de mí a cada lado, como si uno apoyara su espalda en el ángulo de un biombo, y éste fuera cerrándose lentamente. Supe que cuando estas dos paredes de tinieblas se encontrasen, yo estaría rota. Entonces ocurrió una cosa curiosa. Oí claramente a una voz interna decir: "Simula que estás vencida antes de que realmente lo estés. Entonces ella dejará el ataque y serás capaz de marcharte".
Qué fue esta voz, nunca lo he sabido. Seguí inmediatamente su consejo. Con mi lengua en mi mejilla pedí perdón a mi patrona por todo lo que había hecho o debía haber hecho. Prometí permanecer en mi puesto e ir suavemente todos los días de mi vida. Recuerdo que me puse de rodillas ante ella, y ella ronroneó complacientemente sobre mí, muy satisfecha con el trabajo de la mañana, como tenía la razón para estarlo. Entonces me dejó ir, y subí a mi habitación y me dejé caer en la cama. Pero no pude descansar hasta que la hube escrito una carta. Qué contenía esa carta, no lo sé. Tan pronto como la había escrito y puesto donde ella la conseguiría, caí en una especie de estupor, y permanecí en este estado con mi mente completamente en suspenso hasta la noche siguiente. Es decir, desde las dos en punto de la tarde hasta cerca de las ocho en punto del día siguiente —treinta horas. Era un frío día de primavera con nieve en el suelo. Había una ventana cerca de la cabecera de la cama abierta de par en par, y la habitación no tenía calefacción. No tenía nada con que cubrirme, pero no sentí ni frío ni calor, y todos los procesos del cuerpo estuvieron en suspenso. Nunca me agité. Los latidos del corazón y la respiración eran muy lentos, y continuaron así por varios días. Fui encontrada finalmente por el ama de llaves, que me revivió por la simple aplicación de una buena sacudida y una esponja fría. Yo estaba aturdida y maldispuesta a moverme o incluso a comer. Se me dejó tumbada en la cama, con mi trabajo teniendo cuidado de sí mismo, viniendo el ama de llaves a verme de tiempo en tiempo, pero sin hacer comentario alguno sobre mi condición. Mi patrona nunca apareció. Después de unos tres días mi amiga especial, que pensaba que había dejado la casa, supo de mi continuada presencia, y vino a verme; un acto que requería algún coraje, pues nuestra patrona mutua era una formidable antagonista. Me preguntó qué había pasado en mi entrevista con la Guardiana, pero no pude contárselo. Mi mente estaba en blanco, y toda la memoria de la entrevista se había escapado como si se hubiera pasado una esponja sobre una pizarra. Todo lo que sabía es que de las profundidades de mi mente estaba surgiendo y obsesionándome un estado de miedo sin objeto, pero no por ello menos terrible. Yací en la cama con todos los síntomas físicos del miedo intenso. Boca seca, palmas sudorosas, corazón agitado y débil, respiración rápida. Mi corazón estaba latiendo tan fuertemente que a cada latido resonaba una borla de bronce suelta en la armadura de la cama. Afortunadamente para mí, mi amiga vio algo que iba seriamente mal, y envió a por mi familia, que vino a recogerme. Ellos estaban extremadamente suspicaces. La Guardiana era extremadamente desagradable, pero nadie podía probar nada, así que no se dijo nada. Mi mente estaba en blanco. Yo estaba concienzudamente intimidada y muy exhausta, y mi único deseo era marcharme. No me recobré, sin embargo, como había esperado. La intensidad de los síntomas se disipó, pero continué fatigándome de forma extremadamente fácil, como si se me hubiese drenado de toda mi vitalidad. Sabía que, en algún lugar en la parte de atrás de mi mente, estaba escondida la memoria de una experiencia terrible, y no osaba pensar en ella, porque si lo hacía, el choque y la tensión serían tan severos que mi mente se hundiría, completamente. Mi principal consuelo era un viejo libro de aritmética, y solía pasar hora tras hora haciendo simples sumas para evitar que mi mente corriera en pedazos preguntándose qué se me había hecho y remontando hacia la memoria, y corriendo asustada después ante ello como un caballo atemorizado. Finalmente conseguí cierta medida de paz llegando a la conclusión de que había tenido simplemente una crisis nerviosa por exceso de trabajo, y que toda la curiosa cuestión era el fruto de mi imaginación. Y sin embargo había un sentimiento residual de que era real, y este sentimiento no me dejaba descansar.

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