Wolfram von Eschenbach (Eschenbach, actual Baviera, 1170 – 1220) fue un
caballero y poeta alemán, reconocido como uno de los mayores poetas épicos de
su tiempo. Como Minnesinger, también compuso poesía lírica. Nació en una
familia noble y perteneció a la corte de Hermann de Turingia. Su máximo logro
poético lo obtuvo con la célebre epopeya Parzival, de 25 000 versos rimados,
cuyo tema procede del Perceval o el cuento del Grial francés, de Chrétien de
Troyes. Eschenbach convirtió el poema en una verdadera epopeya, en la que el
héroe asume el sentimiento de culpa propiciado por sus acciones desmedidas,
iniciando posteriormente la búsqueda de la gracia mediante un camino de noble
penitencia.
Es éste el trasfondo básico que, ya en el siglo XIX, Wagner recogería
para componer su famosa ópera del mismo nombre,Parsifal. Compuso diversas
poesías líricas de tradición cortesana, así como dos epopeyas más, ambas
inacabadas: Titurel, dedicada al tema de la fidelidad, y Willehalm, sobre el
personaje de Guillermo de Aquitania. En su obra se observa gran admiración al
conocimiento basado en la experiencia y una crítica a la erudición obtenida
sólo a través de la lectura. Este trovador alemán, este Minnesänger, es una
pieza clave para encumbrar el mito de Parzival. Fue de los más importantes
trovadores de Wartburg y sus obras fueron muy apreciadas. Al parecer, fue un
caballero a la manera de Ramón Llull. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació,
pero se cree que a finales del siglo XII. Su patria natal fue Baviera y
Eschenbach su pueblo. Vivió gran parte de su vida en Ansbach. Su pueblo natal
recibió hace poco el nombre de Wolframs-Eschenbach en su memoria, y se le
erigió un monumento.
Lo más curioso es que Wolfram von Eschenbach no sabía ni leer ni escribir.
Al parecer se hacía leer las obras y poseía una prodigiosa memoria. Era una
mezcla de caballero medieval, poeta, monje y guerrero, «reunía en su persona
elementos caballerescos y populares, laicos y eclesiásticos; tenía por única
riqueza el arte que le dio Dios por única fuente de sustento, el canto;
respiran sus poemas la fresca atmósfera del bosque y de las montañas». Se
supone que concibióParzival a principios del siglo XIII en el castillo de Wartburg
—mítica cuna de poetas y trovadores— y lo finalizó en 1215. En este castillo,
donde estos maestros cantores, cuyas tres reglas principales, Dios, su señor y
la mujer amada, constituían la fuente de su inspiración, Eschenbach compuso su
obra.
Pues él fue el príncipe de los trovadores, junto con Walther von der
Vogelweide y Heinrich Tannhäuser. Richard Wagner lo inmortalizó en su obra
Tannhäuser, mostrándolo como piadoso y compasivo, caballeresco y máximo
exponente de la Renuncia. Algunos han visto en su obra visiones mágicas y lazos
esotérico-místicos. Se dice que Parzival revela gran control intelectual, una
tendencia cognoscitiva, alquímica y mágica. Eschenbach es un guerrero nato, un
guerrero Minnesänger de la guerra esotérica. Eschenbach habla del Grial como
una fuente de poder de la que emana riqueza y abundancia sin límites, un objeto
tan solemne, que en el Paraíso no hay nada más bello, el todo perfecto donde
nada falta y que era al mismo tiempo racimo y flor.
Chrétien de Troyes (1135 –1190) fue un poeta de la corte de Champagne. Se
dice que es el primer novelista de Francia y, según algunos, el padre de la
novela occidental. Se conoce muy poco sobre su vida. Se supone que nació en
Troyes y estudió lenguas clásicas, incluido el griego. Antes de entrar en una
orden monástica, se orientó, gracias a su precoz talento o a algún protector de
fortuna, a una carrera como clérigo en la Corte de María de Francia, quien le
habría encargado algunas obras, y, más tarde, a la de Felipe de Alsacia, conde
de Flandes, a quien está dedicado Perceval o el cuento del Grial.
Fundamentándose en su nombre Chrétien, algunos creen que era un judío converso,
tesis defendida por Philippe Walter. Sus narraciones transparentarían así una
inspiración cabalística. Según otros su inspiración deriva del catarismo. Sea
como fuere, sus orígenes, sin duda modestos, permanecen oscuros.
Su fuente de inspiración se encuentra en la tradición celta y en las
leyendas bretonas (la llamada matière de Bretagne, en castellano materia de
Bretaña). Pero él confiere a estos materiales una dimensión cristiana nueva,
fuertemente impregnada por los cantares de gesta en lengua d’oil de la segunda
mitad del siglo XII. El secreto de su arte reside en su capacidad de operar,
según sus mismas palabras, la buena conjointure, esto es, la alianza sabiamente
dosificada entre la forma y el fondo. Considerado como uno de los primeros
autores de libros de caballerías, donde mito y folklore se unen admirablemente
para formar narraciones de encuesta, restringe el recurso a los elementos
sobrenaturales, que él subordina a la descripción refinada de los sentimientos
humanos, e incluso a la denuncia de iniquidades o injusticias sociales.
Es uno de los iniciadores de la literatura cortesana en Francia, aunque
rinde cuentas al deseo y la sexualidad, al encuentro de los autores que
desarrollaron el género tras su muerte. Cinco de sus novelas han llegado hasta
nosotros: Érec et Énide,Cligès, Lancelot ou le Chevalier de la charrette, Yvain
ou le Chevalier au Lion, Perceval ou le Conte du Graal. Guillaume d’Angleterre,
novela que le es a veces atribuida, es de autenticidad dudosa. Lancelot e Yvain
aparecen como sus novelas más célebres y complementarias, tanto por su tema
como por su factura. Chrétien de Troyes las habría compuesto hacia 1175. En la
primera, trata de la oposición moral entre el sentido del honor y la pasión
adúltera; en la segunda, de la dificultad de conciliar la aventura caballeresca
y el amor conyugal. De forma muy original, las intrigas de estas dos novelas se
van entrelazando y el narrador no necesita enviar al lector de una a la otra.
Habiendo inspirado a numerosos poetas en toda Europa, Chrétien de Troyes puede
ser considerado como uno de los creadores de la novela medieval, sobre todo por
la riqueza de sus obras y por la psicología compleja de sus personajes. Su
genialidad e inventiva es notable, fue el primer autor en escribir sobre el
Grial en una novela. Su larga notoriedad en una Europa medieval, donde los
clérigos permanecen muy a menudo anónimos, subraya el valor excepcional de su
talento y creatividad. La temática gira alrededor del ciclo bretón o leyenda
del Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda. Es muy probable que haya
conocido la Historia de los reyes de Britania, de Godofredo de Monmouth y que
la obra le haya servido de fuente de inspiración.
Aunque tradicionalmente se crea que el Grial fue la copa empleada por Jesús
antes de ser sacrificado, o incluso el recipiente empleado por José de Arimatea
para recoger la sangre del Mesías en la cruz, este objeto no se cita
específicamente en ningún pasaje de la Biblia y no comenzará a hablarse de él
hasta bien entrado el siglo XII. Graham Hancock, un escritor experto en enigmas
históricos, avanzó en 1993 la hipótesis de que aquellas primeras alusiones al
Grial de De Troyes y Von Eschembach escondían en realidad una clara referencia
al Arca de la Alianza.
Según explicó Hancock en su ensayo Símbolo y Señal, el hecho de que ambos
poetas se refirieran al Grial como una losa podría estar haciendo alusión al
contenido sagrado del Arca: las Tablas de la Ley. Hancock, además, encontró
abundantes referencias iconográficas al Arca de la Alianza en las primeras
catedrales góticas construidas en los alrededores del Condado de Champagne a
partir del siglo XII. Capiteles, estatuas y vidrieras de Chartres, Amiens,
París o Reims aludían al Arca y a su salida del Templo de Salomón, como si los
constructores de estos templos supieran a dónde fue a parar tan codiciada
reliquia. ¿Pero quiénes fueron esos constructores? Increíblemente, tampoco
sabemos demasiado de ellos.
Surgen en las tierras del conde Hugo poco después del regreso de los
primeros templarios de Jerusalén y manejan técnicas de construcción inusitadas
para un tiempo en que la arquitectura se reducía al tosco y monolítico arte
románico. Aún así, después del año 1000 Europa vivirá un fervor constructivo
sin precedentes: en apenas trescientos años -entre 1000 y 1300- se levantaron
“todas las catedrales, monasterios e iglesias mínimamente importantes que hay
en Francia“, dice Louis Charpentier en su obra Los misterios templarios. Los
números son impresionantes: son 1.108 las abadías construidas a partir de 950,
a las que en el siglo siguiente se sumarán 326, y otras 702 durante la centuria
posterior.
Esta última expansión coincide, curiosamente, con algunos de los
privilegios que se conceden a la Orden, cuando una bula papal de 1163, conocida
como Omne Datum Optimun, otorga a los templarios la capacidad de conservar
íntegros los botines capturados a los sarracenos, les exime de pagar el diezmo
por sus propiedades aunque podrán recibirlo de otros, les facilita tener sus
propios capellanes -impidiendo que nadie externo a la Orden controlara sus
movimientos- y les permite incluso construir sus propias capillas e iglesias.
De hecho, no en vano algunos historiadores creen que tras la financiación y
diseño de las primeras catedrales góticas se encontraban los templarios.
Sólo así se explica la aparición de una técnica constructiva con
elementos tan innovadores -a la vez que arabizados- como el arco ojival, o la
inclusión de complejos cálculos matemáticos y físicos en la ejecución de unas
obras en piedra que parecían desafiar a la gravedad. Pero, de ser cosa de los
templarios, ¿de dónde obtuvieron los conocimientos necesarios para ese nuevo
modelo de arquitectura? Según Javier Sierra, las Tablas de la Ley no son las
primeras piedras inscritas que entrega una antigua divinidad a los humanos.
Mucho antes de que Moisés recibiera en el Sinaí tan valioso documento, el dios
de la sabiduría egipcio Tothentregó a los hombres unos textos -las “tablas
esmeralda“- en los que se contenían “todos los secretos del cielo y la tierra“.
Imhotep, el arquitecto que se supone construyó la primera pirámide durante el
reinado del faraón Zoser de la III Dinastía, se dice que recibió los planos de
su edificio en una de esas tablas.
Es más, la idea de las mismas se helenizó con la llegada de los faraones
ptolemáicos al país del Nilo, convirtiendo a Toth enHermes Trismegisto, y
acuñando el mito del saber inscrito en piedra de forma tan profunda que hasta
el Renacimiento llegarán los buscadores de esas “tablas esmeralda“. No es, por
tanto, demasiado osado establecer una relación entre las piedras de Toth y las
tablas de Moisés, sobre todo si pensamos que éste último, si hemos de creer lo
que dice la Biblia, fue príncipe de Egipto. Además, de esa forma se explicarían
las conexiones arquitectónicas, de proporciones matemáticas y hasta de
distribución que existen entre algunos templos del Antiguo Egipto y las
catedrales de los templarios. Y sigue diciendo Javier Sierra que su
investigación en este terreno ya ha arrojado sus primeros resultados.
La existencia de un “saber religioso” nacido en Egipto y adoptado por los
constructores de catedrales se demuestra en los paralelismos existentes entre
ciertas imágenes del Libro de los Muertos y la estatuaria de los tímpanos de
algunos de estos recintos cristianos. En arquitectura, se denomina tímpano al
espacio delimitado entre el dintel y las arquivoltas de la fachada de una
iglesia o el arco de una puerta o ventana. También es el espacio cerrado
delimitado dentro del frontón en los templos clásicos. Se encuentra en el
Antiguo Egipto en la primera mitad del siglo III a.C. Más tarde se encuentra en
la arquitectura griega, luego en la cristiana y en la arquitectura islámica. El
tímpano se presenta decorado con relieves como ocurre en los templos griegos,
donde solía contener escenas mitológicas, o en las iglesias y catedrales del
románico y del gótico, en las que solía contener escenas y motivos religiosos.
Según Javier Sierra, en Vézelay o en la catedral de Notre Dame de París,
pueden verse en sus tímpanos principales una escena del llamado “Juicio Final”
en la que un ángel pesa el alma de los difuntos y decide si condenarlos a ser
engullidos por un monstruo con cabeza de cocodrilo o enviarlos al descanso
eterno. Pues bien, el “Libro de los Muertos” egipcio -un texto que se cree
tiene más de 5.000 años de antigüedad- describe cómo el dios Anubis pesa el
alma del faraón en una balanza y decide si salvarlo o condenarlo a ser devorado
por una criatura con cabeza de cocodrilo y cuerpo de león. ¿Casualidad? ¿Una
improbable coincidencia de conceptos barajada por artistas de tiempos y estilos
bien distantes? ¿O tal vez fruto de una transmisión de conocimiento del que los
templarios fueron sus últimos depositarios?
Los primeros en construir monumentos imitando la disposición de
ciertas estrellas fueron los egipcios. Las tres grandes pirámides de la meseta
de Gizeh, en El Cairo, imitan la disposición de las tres estrellas centrales de
la constelación de Orión. Una constelación que para los faraones era la
contrapartida celestial del dios Osiris. Los llamados Textos de las Pirámides
lo explican: porque esas tres estrellas eran lo que llamaban el Duat, la
“puerta celeste” a la que debía dirigirse el alma del faraón muerto antes de
entrar al más allá. Ellos creyeron que imitando esa “puerta” en el suelo podían
preparar mejor su viaje al Más Allá. Si tomamos las primeras grandes catedrales
góticas -Amiens, Chartres, Reims, Bayeaux y Evreux- y las situamos sobre un
mapa de Francia, veremos que la figura resultante recuerda la forma de la
constelación de Virgo. Quizá eso explique porque todos estos templos se
consagraron a la Virgen, pero desde luego parece tener que ver con una idea del
templo sagrado que nos remite a época de las pirámides.
Es más, la idea de las mismas se helenizó con la llegada de los faraones
ptolemáicos al país del Nilo, convirtiendo a Toth enHermes Trismegisto, y
acuñando el mito del saber inscrito en piedra de forma tan profunda que hasta
el Renacimiento llegarán los buscadores de esas “tablas esmeralda“. No es, por
tanto, demasiado osado establecer una relación entre las piedras de Toth y las
tablas de Moisés, sobre todo si pensamos que éste último, si hemos de creer lo
que dice la Biblia, fue príncipe de Egipto. Además, de esa forma se explicarían
las conexiones arquitectónicas, de proporciones matemáticas y hasta de
distribución que existen entre algunos templos del Antiguo Egipto y las
catedrales de los templarios. Y sigue diciendo Javier Sierra que su
investigación en este terreno ya ha arrojado sus primeros resultados.
La existencia de un “saber religioso” nacido en Egipto y adoptado por los
constructores de catedrales se demuestra en los paralelismos existentes entre
ciertas imágenes del Libro de los Muertos y la estatuaria de los tímpanos de
algunos de estos recintos cristianos. En arquitectura, se denomina tímpano al
espacio delimitado entre el dintel y las arquivoltas de la fachada de una
iglesia o el arco de una puerta o ventana. También es el espacio cerrado
delimitado dentro del frontón en los templos clásicos. Se encuentra en el
Antiguo Egipto en la primera mitad del siglo III a.C. Más tarde se encuentra en
la arquitectura griega, luego en la cristiana y en la arquitectura islámica. El
tímpano se presenta decorado con relieves como ocurre en los templos griegos,
donde solía contener escenas mitológicas, o en las iglesias y catedrales del
románico y del gótico, en las que solía contener escenas y motivos religiosos.
Según Javier Sierra, en Vézelay o en la catedral de Notre Dame de París,
pueden verse en sus tímpanos principales una escena del llamado “Juicio Final”
en la que un ángel pesa el alma de los difuntos y decide si condenarlos a ser
engullidos por un monstruo con cabeza de cocodrilo o enviarlos al descanso
eterno. Pues bien, el “Libro de los Muertos” egipcio -un texto que se cree
tiene más de 5.000 años de antigüedad- describe cómo el dios Anubis pesa el
alma del faraón en una balanza y decide si salvarlo o condenarlo a ser devorado
por una criatura con cabeza de cocodrilo y cuerpo de león. ¿Casualidad? ¿Una
improbable coincidencia de conceptos barajada por artistas de tiempos y estilos
bien distantes? ¿O tal vez fruto de una transmisión de conocimiento del que los
templarios fueron sus últimos depositarios?
Los primeros en construir monumentos imitando la disposición de
ciertas estrellas fueron los egipcios. Las tres grandes pirámides de la meseta
de Gizeh, en El Cairo, imitan la disposición de las tres estrellas centrales de
la constelación de Orión. Una constelación que para los faraones era la
contrapartida celestial del dios Osiris. Los llamados Textos de las Pirámides
lo explican: porque esas tres estrellas eran lo que llamaban el Duat, la
“puerta celeste” a la que debía dirigirse el alma del faraón muerto antes de
entrar al más allá. Ellos creyeron que imitando esa “puerta” en el suelo podían
preparar mejor su viaje al Más Allá. Si tomamos las primeras grandes catedrales
góticas -Amiens, Chartres, Reims, Bayeaux y Evreux- y las situamos sobre un
mapa de Francia, veremos que la figura resultante recuerda la forma de la
constelación de Virgo. Quizá eso explique porque todos estos templos se
consagraron a la Virgen, pero desde luego parece tener que ver con una idea del
templo sagrado que nos remite a época de las pirámides.
Ciertos grupos musulmanes, como los yezidís, construyeron en Irak templos
imitando la forma de la Osa Mayor. En Angkor Wat, Camboya, el conjunto de
templos del lugar parece que pretendió imitar la constelación del dragón. Es
decir, fue una idea que se extendió por África, Asia y Europa pero que nadie
hasta hoy parece haber “visto“. Ha sido necesario que arqueólogos y astrónomos
amateurs se dieran cuenta de esas similitudes para que otros comenzaran a
estudiarlas. La antigua religión egipcia y el cristianismo no tienen tantas
divergencias como parece. Ya San Agustín decía que los egipcios eran el pueblo
que más fe tenía en la resurrección de la carne, como lo demuestran sus momias.
Hasta ambos credos tienen sus propias cruces como símbolo de vida o renacimiento.
Por no hablar de que el propio dios Osiris volvió a la vida tres días después
de ser sacrificado por culpa de alguien de confianza.
En Tierra Santa los templarios no sólo encuentran al infiel contra el que
combatir, sino un marco adecuado para entrar en contacto con las doctrinas y filosofías
propias de las civilizaciones de Asia Menor y Oriente. Así ocurre, en efecto,
a decir de muchos autores, que suponen a los caballeros del Temple un
conocimiento y una hermandad deliberada con sufíes y más tarde cabalistas e
incluso ashashins. Esta teoría, que se basa en un sincretismo entre las religiones
monoteístas fundamentales y sus respectivas tradiciones esotéricas —en las que
coincide el fondo—, hace sospechar a muchos, que los acusan de haberse contaminado,
de seguir conductas permisivas con la religión de los infieles, precisamente
con todo lo que están llamados a erradicar. Estas sospechas tomarán cuerpo de
nuevo y con más fuerza durante el proceso de 1307, aunque, al decir de algunos,
son infundadas, pues los templarios demuestran ser, a lo largo de su historia,
mayoritariamente un «grupo de fanáticos» incapaces de comprender determinados
problemas teológicos en cuestiones de matiz espiritual.
Se bastan a sí mismos con la regla, en francés, pues muchos ni siquiera
conocen el latín, cosa propia de la gente de armas del Medioevo y de la baja
nobleza, que despreciaba la cultura y veneraba la espada, con el culto a
Nuestra Señora, de la que tan devota es la orden por influencia benedictina y
con sus misas privadas. Lo que muchos historiadores no contemplan cuando se
refieren a los templarios es que, de haber existido secreto alguno, una regla
secreta y una ordendetrás de la orden, estos misterios no habrían obrado en conocimiento
de muchos, sino de unos pocos: los iniciados. Se habla de ceremonias
iniciáticas, de extrañas conductas. ¿Acaso no hay escalafones en todas las
órdenes secretas? ¿No hay jerarquías en las cofradías francmasónicas y en las
órdenes militares, en las compañías religiosas? La Orden puede perfectamente
ocultar lo que deseen sus altos cargos, porque es poderosa y se relaciona
directamente con los poderosos de la Tierra. ¿Conocía el caballero, por más que
asistiera éste de vez en cuando a ceremonias, los profundos motivos de la Orden
para apoyar ora al emperador, ora al papa? ¿Sostienen a los cataros —como creen
muchos— durante la cruzada de exterminio, mientras fingen fidelidad a la
Iglesia?
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