Supongamos un núcleo de elegidos, pertenecientes a determinados grados de
iniciación, como ocurre en ciertas logias, ¿podría este reducto haber estado
en contacto profundo con los cabalistas, con los teóricos sufíes y con los
ashashins, tanto como para que sus respectivos presupuestos filosóficos se
plasmasen en las prácticas de la Orden?
Para algunos estudiosos es perfectamente plausible, puesto que, en
definitiva, los místicos cristianos, sufíes (musulmanes) y judíos (cabalistas)
beben de las mismas fuentes y, además, existe una cultura soterrada compartida
por «las gentes del Libro» (la Biblia), comunidades encargadas de conservar,
transmitir y velar por la pureza de esos conocimientos, como pueden ser los
ashashins, los esenios y, en este caso, los templarios, que se erigen en continuadores
de esa tradición. Los famosos versos del poeta sufí Ibn Arabi (1164-1240)
resuelven mediante la compasión y la belleza los antagonismos entre las tres
religiones: «Mi corazón lo contiene todo: / una pradera donde pastan las
gacelas, / un convento de monjes cristianos, un templo para ídolos, / la Kaaba
del peregrino, los rollos de la Torah / y el libro del Corán (…)».
Salomón es un personaje, descrito en la Biblia como el tercer y último rey
del Israel unificado (incluyendo el reino de Judá). Es célebre por su
sabiduría, riqueza y poder, pues La Biblia’ ‘lo considera el hombre más sabio
que existió en la Tierra. Logró reinar cuarenta años y su reinado quedaría
situado entre los años 970 a.C. y el 930 a.C. aproximadamente. Construyó el
Templo de Jerusalén, y se le atribuye la autoría del Libro de Eclesiastés,
libro de los Proverbios y Cantar de los Cantares, todos estos libros recogidos
en la Biblia. Es el protagonista de muchas leyendas posteriores, como que fue
uno de los maestros de la Cábala. En el Tanaj (libro hebreo, a una versión del
cual los cristianos llaman Antiguo Testamento) también se le llama
Jedidías.
En la Biblia se dice del rey Salomón que heredó un considerable imperio
conquistado por su padre el rey David, que se extendía desde el Valle
Torrencial, en la frontera con Egipto, hasta el río Éufrates, en
Mesopotamia.Tenía una gran riqueza y sabiduría y administró su reino a través
de un sistema de 12 distritos. Poseyó un gran harén, el cual incluía a «la hija
del faraón». Honró a otros dioses en su vejez y consagró su reinado a grandes
proyectos de construcción. La Biblia dice del rey Salomón que era «el más sabio
de los hombres», que podía pronunciar un discurso sobre la biodiversidad de
todas las plantas, «desde los cedros del Líbano hasta el hisopo que crece en
los muros, y animales, y pájaros, y cosas que se arrastran, y peces».
Según el Éxodo, Dios ordenó a Moisés que construyera un Arca. Las
instrucciones que Moisés recibió, y que no debieron ser únicamente orales, por
cuanto dice: “Mira bien y hazlo fabricar según el diseño que se te ha propuesto
en el monte”. El Zohar, obra principal de la Cabala, dedica al Arca de la
Alianza casi cincuenta páginas, y ha consignado hasta los más mínimos detalles
que pasaron inadvertidos a los ojos de otros narradores. A primera vista podrá
sorprender que el Zohar hable del Arca de la Alianza bajo el epígrafe de «El
Antepasado de los Días». Pero es evidente que la descripción cuadra con el
Arca. En el Zohar, los términos con que fue pasado el encargo del Arca
coinciden con el testimonio de Moisés. Éste recibe de Yahveh, el Dios de
Israel, instrucciones para la construcción de una caja según especificaciones
exactamente detalladas, y con destino al «Antepasado de los Días».
El recipiente debía acompañarle con el misterioso «Antepasado» en la
travesía del desierto. Lo que sabemos es que el Arca existió. Sobre su tamaño
hay diferentes versiones. Y lo que más se discute es su finalidad. Una de las
primeras cosas que hizo el Rey David fue trasladar el Arca de la Alianza desde
su última ubicación temporal hasta la capital, como preparativo para su
emplazamiento en una Casa de Yahveh adecuada, que David planeaba erigir. Pero
ese honor, según le dijo el profeta Natán, no sería suyo a cuenta de la sangre
derramada por sus manos en las guerras y en sus conflictos personales. El
honor, se le dijo, sería para su hijo Salomón.
Todo lo que se le permitió hacer mientras tanto fue erigir un altar. El
lugar exacto de ese altar se lo mostró a David un «Ángel de Yahveh, de pie
entre el Cielo y la Tierra», que señalaba el lugar con una espada desnuda.
También se le mostró un Tavnit, un modelo a escala del futuro templo, y se le
dieron detalladas instrucciones arquitectónicas, que, llegado el momento, David
le transmitió a Salomón en una ceremonia pública, diciendo: “Todo esto, escrito
por Su mano, me hizo comprender Yahveh, de todas las obras del Tavnit, se puede
juzgar hasta dónde llegaban los detalles de las especificaciones para el templo
y sus diversas secciones, así como los utensilios del ritual”.
En el cuarto año de su reinado (480 años después del comienzo del Éxodo,
dice la Biblia), Salomón comenzó la construcción del Templo, «sobre el Monte
Moriah, como se le había mostrado a su padre, David». Mientras se traían
maderas de los cedros del Líbano, se importaba el oro más puro de Ofir y se
extraía y se fundía el cobre para los lavabos, había que erigir la estructura
con «piedras talladas y cinceladas, grandes y costosas piedras». Los sillares
de piedra tuvieron que prepararse y tallarse, según el tamaño y la forma
deseados, en otro lugar, ya que la construcción estaba sujeta a una estricta
prohibición contra el uso de cualquier herramienta de hierro en el Templo. Así,
los bloques de piedra tuvieron que ser transportados y ubicados en el lugar
sólo para su montaje.
«Y la Casa, cuando estaba en construcción, se hizo de piedra, lista
ya antes de ser llevada hasta allí; de modo que no hubo martillo ni sierra, ni
ninguna herramienta de hierro en la Casa mientras se estuvo construyendo»
(Reyes). Llevó siete años finalizar la construcción del Templo y equiparlo con
todos los utensilios del ritual. Después, en la siguiente celebración del Año
Nuevo («en el séptimo mes»), el rey, los sacerdotes y todo el pueblo
presenciaron el traslado del Arca de la Alianza hasta su lugar permanente, en
el Santo de los Santos del Templo. «No había nada en el Arca, salvo las dos
tablillas de piedra que Moisés había puesto en su interior» en el Monte Sinaí.
En cuanto el Arca estuvo en su lugar, bajo los querubines alados, «una nube
llenó la Casa de Yahveh», obligando a los sacerdotes a salir apresuradamente.
Después, Salomón, de pie ante el altar que había en el patio, oró a Dios «que
mora en el cielo» para que viniera y residiera en esta Casa. Fue más tarde, por
la noche, cuando Yahveh se le apareció a Salomón en un sueño y le prometió una
presencia divina: «Mis ojos y mi corazón estarán en ella para siempre».
El Templo se dividió en tres partes, a las cuales se entraba mediante un
gran pórtico flanqueado por dos pilares especialmente diseñados. La parte
frontal recibió el nombre de Ulam («Vestíbulo»); la parte más grande, la del
medio, era el Ekhal, término hebreo que proviene del Sumerio E.GAL («Gran
Morada»). Separada de ésta mediante una pantalla, estaba la parte más profunda,
el Santo de los Santos. Se le llamó Dvir, literalmente: El Orador, pues
guardaba el Arca de la Alianza con los dos querubines sobre ella de entre los
cuales Dios le hablaba a Moisés durante el Éxodo. El gran altar y los lavabos
estaban en el patio, no dentro del Templo. Los datos y las referencias
bíblicas, las tradiciones antiguas y las evidencias arqueológicas no dejan
lugar a dudas de que el Templo que construyó Salomón (el Primer Templo) se
levantaba sobre la gran plataforma de piedra que todavía corona el Monte Moriah
(también conocido como el Monte Santo, Monte del Señor o Monte del
Templo).
Dadas las dimensiones del Templo y el tamaño de la plataforma, existe
un acuerdo general sobre dónde se levantaba el Templo, y sobre el hecho de que
el Arca de la Alianza, dentro del Santo de los Santos, estaba emplazada sobre
un afloramiento rocoso, una Roca Sagrada que, según firmes tradiciones, era la
roca sobre la que Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac. En las
escrituras judías, la roca recibió el nombre de Even Sheti’yah, «Piedra de
Fundación», pues fue a partir de esa piedra que «todo el mundo se tejió». El
profeta Ezequiel la identificó como el Ombligo de la Tierra. Esta tradición
estaba tan arraigada, que los artistas cristianos de la Edad Media
representaron el lugar como el Ombligo de la Tierra y siguieron haciéndolo así
aún después del descubrimiento de América.
El Templo que construyera Salomón (el Primer Templo) lo destruyó el rey
babilonio Nabucodonosor en 576 a.C, y lo reconstruyeron los exiliados judíos a
su regreso de Babilonia 70 años después. A este respecto vale la pena resaltar
que la tradición interna de la Orden Masónica afirma que Jacobo de Molay, el
último maestre de los Templarios, hizo crear poco antes de ser quemado en la
hoguera cuatro grandes logias masónicas.
Estos mismos rituales remontan a Salomón, el monarca israelita, los
orígenes del Arte que ellos practican, pero afirman que este llegó a occidente
a través de losCaballeros del Templo de Salomón. Es decir, defienden que la
masonería se había configurado en Tierra Santa por obra de las órdenes
militares, especialmente la del Temple, y que fueron estas fraternidades de
constructores llegadas a occidente las que habrían originado la francmasonería
moderna. El profeta Samuel, que también fue juez y que, como tal, debía ser un
buen observador, escribió: “Ahora, pues, manos a la obra: haced un carro nuevo,
y uncid al carro dos vacas recién paridas, que no hayan traído yugo… Tomaréis
después el Arca del Señor y la pondréis en el carro; colocando a su lado en un
cofrecillo las figuras de oro que le consagrasteis por el pecado”. Y Samuel
incluso nos habla de otro carro utilizado para el transporte: Y pusieron el
Arca de Dios en un carro nuevo, sacándola de la casa de Abinadab, que habitaba
en una colina; siendo Oza y Ahio, hijos de Abinadab, los que iban guiando el
carro nuevo… Y a cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca del Señor…».
Pese al empleo de uno o varios carros y la tracción a cargo de dos vacas
fuertes, el peso muerto no debió ser superior en ningún caso a unos trescientos
kilos, aproximadamente, pues a veces el Arca es transportada y trasladada por
los levitas, sacerdotes a cargo de los santuarios de Yavé: “Y a cada seis pasos
que andaban los que llevaban el Arca del Señor, inmolaban un buey y un
carnero”.
Pero, ¿qué era lo que transportaron a través del desierto los judíos, entre
grandes trabajos y durante cuarenta años, ni más ni menos? Si tantas molestias
les causaba, ¿por qué no podían desprenderse de ese objeto? Lazarus Bendavid
(1762-1832), filósofo y matemático de Berlín, que dirigió la Academia libre
judía, fue un «judío ilustrado y conocido filósofo», el cual consiguió
demostrar que «el Arca de la Alianza de los tiempos mosaicos debió contener un
grupo bastante completo de instrumentos eléctricos, cuyas influencias se hacían
sentir en el exterior». Lazarus Bendavid no sólo fue un hombre sabio, sino que
además se adelantó con mucho a su época. Sabía que el acceso al Arca de la
Alianza estaba rigurosamente limitado a un círculo muy restringido de personas,
y que ni siquiera los Sumos Sacerdotes podían acercarse al Arca todos los días,
sin peligro de sufrir un terrible accidente. Dice Bendavid: «La visita al Santo
de los Santos, según testimonio de los talmudistas, iba siempre unida a un
peligro mortal; los Sumos Sacerdotes se le acercaban siempre con cierto temor,
y se juzgaban afortunados si conseguían alejarse de nuevo sin que les hubiese
acaecido nada malo».
Después de una guerra contra los israelitas, a los que vencieron, los
filisteos, tribu hebrea de procedencia occidental, confiscaron el Arca del
Señor. Habían observado que los israelitas concedían mucha importancia al
misterioso artefacto y esperaban sacar beneficio de su posesión. Pero los
filisteos no supieron qué hacer con él. En todo caso, tardaron poco en darse
cuenta de que todas las personas que se acercaban al Arca enfermaban o morían.
Entonces empezaron a trasladar su botín de un lugar a otro, pero en todas
partes ocurrió lo mismo: los curiosos que se aproximaban demasiado enfermaban
con tumores y caída del cabello. Muchos padecían grandes vómitos, y algunos
murieron de una muerte horrible.
Comentarios