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LA ENIGMÁTICA ORDEN DEL TEMPLE 3/15

Supongamos un núcleo de ele­gidos, pertenecientes a deter­minados grados de iniciación, como ocurre en ciertas logias, ¿podría este reducto haber es­tado en contacto profundo con los cabalistas, con los teóricos sufíes y con los ashashins, tanto como para que sus respectivos presupuestos filosóficos se plasmasen en las prácticas de la Orden? 

Para algunos estudiosos es perfectamente plausible, puesto que, en definitiva, los místicos cristianos, sufíes (musulmanes) y judíos (cabalistas) beben de las mismas fuentes y, además, existe una cultura soterrada compartida por «las gentes del Libro» (la Biblia), comunidades encargadas de conservar, trans­mitir y velar por la pureza de esos conocimientos, como pue­den ser los ashashins, los esenios y, en este caso, los templarios, que se erigen en conti­nuadores de esa tradición. Los famosos versos del poeta sufí Ibn Arabi (1164-1240) resuelven mediante la compasión y la be­lleza los antagonismos entre las tres religiones: «Mi corazón lo contiene todo: / una pradera donde pastan las gacelas, / un convento de monjes cristianos, un templo para ídolos, / la Kaaba del peregrino, los rollos de la Torah / y el libro del Corán (…)».

Salomón es un personaje, descrito en la Biblia como el tercer y último rey del Israel unificado (incluyendo el reino de Judá). Es célebre por su sabiduría, riqueza y poder, pues La Biblia’ ‘lo considera el hombre más sabio que existió en la Tierra. Logró reinar cuarenta años y su reinado quedaría situado entre los años 970 a.C. y el 930 a.C. aproximadamente. Construyó el Templo de Jerusalén, y se le atribuye la autoría del Libro de Eclesiastés, libro de los Proverbios y Cantar de los Cantares, todos estos libros recogidos en la Biblia. Es el protagonista de muchas leyendas posteriores, como que fue uno de los maestros de la Cábala. En el Tanaj (libro hebreo, a una versión del cual los cristianos llaman Antiguo Testamento) también se le llama Jedidías. 

En la Biblia se dice del rey Salomón que heredó un considerable imperio conquistado por su padre el rey David, que se extendía desde el Valle Torrencial, en la frontera con Egipto, hasta el río Éufrates, en Mesopotamia.Tenía una gran riqueza y sabiduría y administró su reino a través de un sistema de 12 distritos. Poseyó un gran harén, el cual incluía a «la hija del faraón». Honró a otros dioses en su vejez y consagró su reinado a grandes proyectos de construcción. La Biblia dice del rey Salomón que era «el más sabio de los hombres», que podía pronunciar un discurso sobre la biodiversidad de todas las plantas, «desde los cedros del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros, y animales, y pájaros, y cosas que se arrastran, y peces».

Según el Éxodo, Dios ordenó a Moisés que construyera un Arca. Las instrucciones que Moisés recibió, y que no debieron ser únicamente orales, por cuanto dice: “Mira bien y hazlo fabricar según el diseño que se te ha propuesto en el monte”. El Zohar, obra principal de la Cabala, dedica al Arca de la Alianza casi cincuenta páginas, y ha consignado hasta los más mínimos detalles que pasaron inadvertidos a los ojos de otros narradores. A primera vista podrá sorprender que el Zohar hable del Arca de la Alianza bajo el epígrafe de «El Antepasado de los Días». Pero es evidente que la descripción cuadra con el Arca. En el Zohar, los términos con que fue pasado el encargo del Arca coinciden con el testimonio de Moisés. Éste recibe de Yahveh, el Dios de Israel, instrucciones para la construcción de una caja según especificaciones exactamente detalladas, y con destino al «Antepasado de los Días». 

El recipiente debía acompañarle con el misterioso «Antepasado» en la travesía del desierto. Lo que sabemos es que el Arca existió. Sobre su tamaño hay diferentes versiones. Y lo que más se discute es su finalidad. Una de las primeras cosas que hizo el Rey David fue trasladar el Arca de la Alianza desde su última ubicación temporal hasta la capital, como preparativo para su emplazamiento en una Casa de Yahveh adecuada, que David planeaba erigir. Pero ese honor, según le dijo el profeta Natán, no sería suyo a cuenta de la sangre derramada por sus manos en las guerras y en sus conflictos personales. El honor, se le dijo, sería para su hijo Salomón. 

Todo lo que se le permitió hacer mientras tanto fue erigir un altar. El lugar exacto de ese altar se lo mostró a David un «Ángel de Yahveh, de pie entre el Cielo y la Tierra», que señalaba el lugar con una espada desnuda. También se le mostró un Tavnit, un modelo a escala del futuro templo, y se le dieron detalladas instrucciones arquitectónicas, que, llegado el momento, David le transmitió a Salomón en una ceremonia pública, diciendo: “Todo esto, escrito por Su mano, me hizo comprender Yahveh, de todas las obras del Tavnit, se puede juzgar hasta dónde llegaban los detalles de las especificaciones para el templo y sus diversas secciones, así como los utensilios del ritual”.



 En el cuarto año de su reinado (480 años después del comienzo del Éxodo, dice la Biblia), Salomón comenzó la construcción del Templo, «sobre el Monte Moriah, como se le había mostrado a su padre, David». Mientras se traían maderas de los cedros del Líbano, se importaba el oro más puro de Ofir y se extraía y se fundía el cobre para los lavabos, había que erigir la estructura con «piedras talladas y cinceladas, grandes y costosas piedras». Los sillares de piedra tuvieron que prepararse y tallarse, según el tamaño y la forma deseados, en otro lugar, ya que la construcción estaba sujeta a una estricta prohibición contra el uso de cualquier herramienta de hierro en el Templo. Así, los bloques de piedra tuvieron que ser transportados y ubicados en el lugar sólo para su montaje.

 «Y la Casa, cuando estaba en construcción, se hizo de piedra, lista ya antes de ser llevada hasta allí; de modo que no hubo martillo ni sierra, ni ninguna herramienta de hierro en la Casa mientras se estuvo construyendo» (Reyes). Llevó siete años finalizar la construcción del Templo y equiparlo con todos los utensilios del ritual. Después, en la siguiente celebración del Año Nuevo («en el séptimo mes»), el rey, los sacerdotes y todo el pueblo presenciaron el traslado del Arca de la Alianza hasta su lugar permanente, en el Santo de los Santos del Templo. «No había nada en el Arca, salvo las dos tablillas de piedra que Moisés había puesto en su interior» en el Monte Sinaí. En cuanto el Arca estuvo en su lugar, bajo los querubines alados, «una nube llenó la Casa de Yahveh», obligando a los sacerdotes a salir apresuradamente. Después, Salomón, de pie ante el altar que había en el patio, oró a Dios «que mora en el cielo» para que viniera y residiera en esta Casa. Fue más tarde, por la noche, cuando Yahveh se le apareció a Salomón en un sueño y le prometió una presencia divina: «Mis ojos y mi corazón estarán en ella para siempre».

El Templo se dividió en tres partes, a las cuales se entraba mediante un gran pórtico flanqueado por dos pilares especialmente diseñados. La parte frontal recibió el nombre de Ulam («Vestíbulo»); la parte más grande, la del medio, era el Ekhal, término hebreo que proviene del Sumerio E.GAL («Gran Morada»). Separada de ésta mediante una pantalla, estaba la parte más profunda, el Santo de los Santos. Se le llamó Dvir, literalmente: El Orador, pues guardaba el Arca de la Alianza con los dos querubines sobre ella de entre los cuales Dios le hablaba a Moisés durante el Éxodo. El gran altar y los lavabos estaban en el patio, no dentro del Templo. Los datos y las referencias bíblicas, las tradiciones antiguas y las evidencias arqueológicas no dejan lugar a dudas de que el Templo que construyó Salomón (el Primer Templo) se levantaba sobre la gran plataforma de piedra que todavía corona el Monte Moriah (también conocido como el Monte Santo, Monte del Señor o Monte del Templo). 

 Dadas las dimensiones del Templo y el tamaño de la plataforma, existe un acuerdo general sobre dónde se levantaba el Templo, y sobre el hecho de que el Arca de la Alianza, dentro del Santo de los Santos, estaba emplazada sobre un afloramiento rocoso, una Roca Sagrada que, según firmes tradiciones, era la roca sobre la que Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac. En las escrituras judías, la roca recibió el nombre de Even Sheti’yah, «Piedra de Fundación», pues fue a partir de esa piedra que «todo el mundo se tejió». El profeta Ezequiel la identificó como el Ombligo de la Tierra. Esta tradición estaba tan arraigada, que los artistas cristianos de la Edad Media representaron el lugar como el Ombligo de la Tierra y siguieron haciéndolo así aún después del descubrimiento de América.



El Templo que construyera Salomón (el Primer Templo) lo destruyó el rey babilonio Nabucodonosor en 576 a.C, y lo reconstruyeron los exiliados judíos a su regreso de Babilonia 70 años después. A este respecto vale la pena resaltar que la tradición interna de la Orden Masónica afirma que Jacobo de Molay, el último maestre de los Templarios, hizo crear poco antes de ser quemado en la hoguera cuatro grandes logias masónicas. 

Estos mismos rituales remontan a Salomón, el monarca israelita, los orígenes del Arte que ellos practican, pero afirman que este llegó a occidente a través de losCaballeros del Templo de Salomón. Es decir, defienden que la masonería se había configurado en Tierra Santa por obra de las órdenes militares, especialmente la del Temple, y que fueron estas fraternidades de constructores llegadas a occidente las que habrían originado la francmasonería moderna. El profeta Samuel, que también fue juez y que, como tal, debía ser un buen observador, escribió: “Ahora, pues, manos a la obra: haced un carro nuevo, y uncid al carro dos vacas recién paridas, que no hayan traído yugo… Tomaréis después el Arca del Señor y la pondréis en el carro; colocando a su lado en un cofrecillo las figuras de oro que le consagrasteis por el pecado”. Y Samuel incluso nos habla de otro carro utilizado para el transporte: Y pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo, sacándola de la casa de Abinadab, que habitaba en una colina; siendo Oza y Ahio, hijos de Abinadab, los que iban guiando el carro nuevo… Y a cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca del Señor…». Pese al empleo de uno o varios carros y la tracción a cargo de dos vacas fuertes, el peso muerto no debió ser superior en ningún caso a unos trescientos kilos, aproximadamente, pues a veces el Arca es transportada y trasladada por los levitas, sacerdotes a cargo de los santuarios de Yavé: “Y a cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca del Señor, inmolaban un buey y un carnero”.

Pero, ¿qué era lo que transportaron a través del desierto los judíos, entre grandes trabajos y durante cuarenta años, ni más ni menos? Si tantas molestias les causaba, ¿por qué no podían desprenderse de ese objeto? Lazarus Bendavid (1762-1832), filósofo y matemático de Berlín, que dirigió la Academia libre judía, fue un «judío ilustrado y conocido filósofo», el cual consiguió demostrar que «el Arca de la Alianza de los tiempos mosaicos debió contener un grupo bastante completo de instrumentos eléctricos, cuyas influencias se hacían sentir en el exterior». Lazarus Bendavid no sólo fue un hombre sabio, sino que además se adelantó con mucho a su época. Sabía que el acceso al Arca de la Alianza estaba rigurosamente limitado a un círculo muy restringido de personas, y que ni siquiera los Sumos Sacerdotes podían acercarse al Arca todos los días, sin peligro de sufrir un terrible accidente. Dice Bendavid: «La visita al Santo de los Santos, según testimonio de los talmudistas, iba siempre unida a un peligro mortal; los Sumos Sacerdotes se le acercaban siempre con cierto temor, y se juzgaban afortunados si conseguían alejarse de nuevo sin que les hubiese acaecido nada malo». 

Después de una guerra contra los israelitas, a los que vencieron, los filisteos, tribu hebrea de procedencia occidental, confiscaron el Arca del Señor. Habían observado que los israelitas concedían mucha importancia al misterioso artefacto y esperaban sacar beneficio de su posesión. Pero los filisteos no supieron qué hacer con él. En todo caso, tardaron poco en darse cuenta de que todas las personas que se acercaban al Arca enfermaban o morían. Entonces empezaron a trasladar su botín de un lugar a otro, pero en todas partes ocurrió lo mismo: los curiosos que se aproximaban demasiado enfermaban con tumores y caída del cabello. Muchos padecían grandes vómitos, y algunos murieron de una muerte horrible.

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