Mujer, madre, hija, hermana, esposa, amante, amiga. Diosa, bruja, hechicera, mujer sabia y profunda. Arroja tu bata vieja o tu ropa sastre. Abandona por un momento a aquellos que te aman o dicen amarte, deja la cena sin concluir, las ollas con sus penachos de humo en la cocina; ordena que pare de su baile cotidiano la escoba; que las manos que digitan dejen de aporrear el teclado en la oficina; en la fábrica, detén un instante el ritmo rutinario del trabajo, apacigua la marea de tu vida cotidiana y para. Te propongo iniciar un ritual, el que siempre olvidas porque estás apoyando a otros: el sumergirte a ti misma en tu interioridad oceánica, el permitir que la esencia de lo femenino salvaje bañe con su luz de ámbar las cristalinas orillas de tu ser.
Comprende que en ti reside el universo. En ti está el poder generador de la vida. En ti la esencia pura de la naturaleza. En tus brazos que se abren para acoger al hijo, al esposo, al amante, al padre enfermo, a la madre anciana, a la amiga que llora, al gato que pide leche. En ti está el amor, el consuelo, la ternura y el cielo constelado de intuiciones. En ti la diosa interna. En ti está la razón de la emoción y todo lo que hace dulce al mundo. Por eso, busca en tu hogar un lugar secreto, purifícalo con una oración de paz, ilumínalo con dos velas blancas, prende incienso de sándalo, no olvides las flores y viste la bata blanca de lo sagrado. Haz un círculo con siete velas rosas y entra en él. Y allí, vuelca los espejos de tus ojos hacia tu verdadero hogar.
Hacia ti. Recuerda sacudir tus cabellos de las preocupaciones, suelta las cintas y amarras de las responsabilidades, del deber ser y hacer, lanza a un lado el moño de tus ataduras y con tus manos abiertas, tus cabellos desnudos, acércate a tu fuego creador, al fuego que eres tú. Conéctate con tu jardín interior. Con las flores, con el césped recién cortado, con la tierra: madre como tú, con la luz acariciadora de la luna; embriágate con los aromas dulces de un bebé y con su sonrisa que desata nudos. Haz un altar en tu corazón para honrar tus sentidos. Busca a la mujer sabia, aquella que vive en el borde del mundo, allí donde las lágrimas mueren. Agita tus cabellos como la mar encrespada y anúdate al poder de los sentidos. Percibe el sonido de caracolas de tus propios ritmos internos, honra a la diosa que habita en ti.
Honra tu palabra, tus deseos y tus sueños, erígeles un templo en tu corazón. Si tu vida interior está abrumada, amedrentada, constreñida, amenazada; si te acusan de insegura, miedosa, histérica, inútil o inestable, vuelve a tus orígenes, cree en ti, en la esencia del poder femenino que nunca se amilana y siempre fluye. Deja lo estúpido, lo políticamente correcto. Vuelve a ti con mirada pura y honrada: tu primera responsabilidad es contigo misma. Tú eres la mujer, el hogar, la patria, la ciudad, la naturaleza. En ti canta el amor y el coraje, la energía y la fortaleza. Antes que te den flores, valora las tuyas; antes que te canten una serenata, canta a grito ardiente tus deseos, deja de ser dicha y empieza a decirte, a conocerte y valorarte, como valora y defiende la naturaleza el principio de la vida. Y una vez que hayas entrado en ti y honrado tu esencia; pisa, poderosa, firme, altiva, como Nuestra Señora, la luna bajo tus pies.
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